Hace dos años Paul Pierrilus fue deportado de los Estados Unidos a Haití, donde ha estado tratando de sobrevivir en un país caótico y violento donde no nació y nunca vivió.
Sus padres son haitianos pero emigraron al territorio caribeño francés de St. Martin, donde nació Pierrilus. La familia no solicitó la ciudadanía para él ni en Haití ni en St. Martin y luego se mudó a EEUU cuando tenía 5 años. Creció en Nueva York hablando inglés.
Deportado, después de un largo retraso, debido a una condena por drogas hace dos décadas, Pierrilus ahora está en Haití, donde no habla criollo haitiano, no ha podido encontrar trabajo y le quedan pocos ahorros mientras espera encontrar una manera de salir del país cada vez más inestable.
“Tienes que ser mentalmente fuerte para lidiar con este tipo de cosas”, dijo Pierrilus. “Un país donde la gente es secuestrada todos los días. Un país donde la gente es asesinada. Tienes que ser fuerte”.
El consultor financiero de 42 años pasa la mayor parte de sus días encerrado en una casa leyendo libros de autoayuda, negocios y marketing en un vecindario donde los disparos a menudo resuenan afuera.
Los abogados de Pierrilus en EEUU todavía están luchando contra su orden de deportación, dejándolo en un limbo legal mientras la administración Biden intensifica las deportaciones a Haití a pesar de las súplicas de los activistas de que se detengan temporalmente debido al caos cada vez más profundo en el país caribeño.
Deportado sin previo aviso
Su caso se ha vuelto emblemático de lo que algunos activistas describen como la discriminación que enfrentan los inmigrantes haitianos en el sobrecargado sistema de inmigración estadounidense. Más de 20,000 haitianos han sido deportados de los EE. UU. el año pasado, mientras miles más continúan huyendo de Haití en arriesgados cruces en bote que a veces terminan en ahogamientos masivos.
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